Estas imágenes han
sido realizadas rayando y pintando mesas de instituto. Haciendo lo que está
prohibido hacer. Las mesas son de 1988 y en todo este tiempo nos hemos fallado.
Durante décadas hemos sido solo puntualmente capaces de compensar las desigualdades
de origen, convirtiendo a estas mesas y a las aulas en memoriales de los
esfuerzos, los logros y los fracasos, las disrupciones y las actitudes
antiescolares con razón. Los golpes y el ruido, los cuerpos violentados y las
subjetividades dañadas nos deberían señalar la urgencia.
La educación no puede conjurar ni solucionar
todo. Si no nos queremos limitar a esperar la ola de destrucción e
intolerancia, a la libre elección de la necropolítica, tenemos que imaginar de
otros modos.
Las escenas grabadas en los tableros surgen de
un trabajo performativo con estudiantes y cuestionan el uso disciplinario del
espacio educativo, oponiendo al “no futuro” paralizante y a un horizonte de
malestares reprimidos y medicados, imaginarios de la juventud con su desear desbordado,
junto con la reivindicación de que el entorno educativo debe ser espacio
de confianza y experimentación, un lugar de cobijo y posibilidad.
En el trabajo audiovisual Una mañana,
seis planos secuencia de 50 minutos muestran un pupitre en un paisaje, las seis
clases de un día en el instituto. Esto está aquí todos los días, pero no
necesariamente fuera del aula. Lo de fuera también nos importa, es lo que más
importa. Estar en esto con los pies en la tierra. Tratar bien. Conectar.
Inquietud, curiosidad y que nos importe lo de todos.