Fuera de Formato
La voz digital - Lectura y adoctrinamiento - Las raíces
de Simone Weill (La bandera de la anorexia).
Ana Esteve Reig, Raisa Maudit y Victoria Gil
El 2020 será recordado, entre otras razones, por ser un año extrañamente convulso, incierto y a que gran parte de sus retos debieron ser atravesados y resueltos en la soledad y distancia del confinamiento. La muestra con la que la galería Formato cómodo propone cerrar el ciclo expositivo de este año, lleva como título “Fuera de formato”. Quizás como una manera de situar el discurso más allá del envolvente tema de la pandemia y sus consecuencias.
Curiosamente el nombre elegido, “Fuera de formato” también compone una suerte de oxímoron con respecto a la obra que contiene. Ya que el planteamiento expositivo parte de una estructura clásica y de probada eficacia como la trilogía. El fuera de formato atiende a una “forma” clásica.
Se trata de una muestra en tres actos, tres “voces” femeninas, tres cuerpos de obra y tres posibles ejercicio de mirada y del desciframiento que cada una conlleva. En el desarrollo de ese planteamiento cuenta con las artistas Ana Esteve Reig (Agres, 1986), Raisa Maudit (La Palma, 1986) y Victoria Gil (Badajoz, 1963). Las dos primeras, que pertenecen a la misma generación viven y trabajan en Madrid, mientras que Gil vive desde hace muchos años en Sevilla y es en esa ciudad en donde ha desarrollado su práctica.
¿Cuál puede haber sido el impulso de reunir los trabajos de estas tres artistas?, ¿qué sistema de relaciones y tensiones se establecen y se hacen posibles entre ellas y sus propuestas?
Al hacernos estas preguntas descubrimos que las tres —aunque cada una por caminos y con resultados distintos— comparten el interés por la reflexión atravesada por teorías del feminismo, acerca de la producción de estereotipos asociados al género, a la cultura popular, a la sociedad de consumo, a los valores simbólicos e ideológicos, así como a las relaciones de poder.
*
El trabajo de Ana Esteve Reig se ha centrado casi exclusivamente en la producción de piezas de audiovisuales. En esta ocasión presenta “La voz digital” (2018), un vídeo de ocho minutos en el que da cuerpo y representación humana a la voz que se asocia a Siri, una de las inteligencias artificiales que asiste a los usuarios de teléfonos móviles.
En el vídeo se nos presenta una mujer joven que responde a los deseos de los usuarios de cómo debe ser dicha representación humana de algo que carece de materialidad. No sorprende el resultado, ya que parece responder a los estereotipos clásicos creados en el hombre occidentalizado moderno heterosexual: mujer, joven, rubia, delgada, en actitud deseante.
La manera en que está grabado, llama la atención ya que la representación de lo digital, es decir, la figura femenina que interpreta el papel de Siri se encuentra en un entorno natural: mar o bosque. Luego descubrimos imágenes de hechas en un acuario. Lo cual enfatiza la condición del artificio de la representación. La manera en la que se utiliza la cámara y se plantean los encuadres, también subrayan la condición antinatural y nos recuerdan, algunas escenas de videojuegos o de recreaciones digitales de la realidad virtual, a pesar de la naturaleza presente. Esto se debe a la soledad del personaje en el paisaje y a la ausencia de cualquier referencia a la civilización. Algo que a día de hoy resulta casi imposible.
El discurso por el que se enlazan las imágenes es el relato de una presentación del producto ante el usuario, casi como un “manual o instrucciones de uso”. Ella expresa quién es, sus orígenes y cuál es su función. Se hace preguntas, da información acerca de los usuarios, que conoce por la manera en que ha sido programada y a la posibilidad de cruzar datos y “aprender”.
La condición “sumisa” y en cierta manera “esclava” de la inteligencia artificial cobra cuerpo como objeto de deseo, no solo por las posturas provocativas que adopta, sino que se hace evidente cuando afirma: “ahora gracias a los smartphones estamos a vuestra disposición a cualquier hora del día a través de un dispositivo móvil de fácil uso.”
Al final, surge la paradoja del robot: es posible que algún día alcance a producir pensamiento y a sentir, pero su subjetividad estará irremediablemente marcada por los mismos límites de los estereotipos y de los géneros a los que los humanos nos hemos sometido, por mucho que anuncie su próxima emancipación.
*
Raisa Maudit participa con “Lectura y adoctrinamiento” (2015), un performance hecho vídeo que ella misma describe: “a cuatro patas y mientras un esclavo encapuchado le azota el culo cada vez que ella pronuncia la palabra “varón”, la artista lee el capítulo “¿Qué es el varón?” extraído del libro El varón domado de Esther Vilar”.
Al servirse de un libro considerado como fundacional del Movimiento por la liberación de los hombres y que sembró y alimentó la polémica antifeminista durante la década de 1970, la artista activa el ejercicio de una crítica a través del sarcasmo. Al llevar la acción al espacio de la representación “literal” de una relación binaria: hombre-mujer, sado-maso, lectura-castigo, castigo-recompensa, placer-dolor, suscita preguntas e induce al “lector” a revisar la doble y cambiante condición de amo y esclavo que subyace en todas las relaciones de poder.
Quizás otra característica, además de la provocación rebelde, que hace que la pieza tenga su interés en la actualidad, es precisamente que un planteamiento que podría considerarse “desfasado” en el tiempo, obliga a releer un texto satanizado por los movimientos por la liberación de las mujeres de la última mitad del siglo XX. Ya que al traerlo a la lectura, recobra interés en una época en la que las nuevas generaciones de feministas —a las que Maudit pertenece— se enfrentan a otros retos marcados por la servidumbre autoimpuesta de la digital y esclavizante autorepresentación a la que nos someten las redes sociales.
Se descubre así una conexión adicional entre las obras de las dos artistas nacidas en los ochenta. Ya que aunque en Maudit —a diferencia de Esteve— parece no abordar de manera directa el tema de la representación de la mujer, sino las relaciones “ocultas” en la intimidad, este surge de manera espontánea en la acción performática que la artista ejecuta frente a la cámara.
*
Victoria Gil participa con una obra que es varias obras, o mejor, una obra de arte que se afirma y se niega a sí misma de manera simultánea en el cuestionamiento de la noción de autoría y que es portadora de la promesa de la obra de arte en la era de su infinita reproducibilidad técnica.
Se trata del cuadro al óleo “Las raíces de Simone Weil (la bandera de la anorexia)” y un doble del cuadro, hecho a partir de reproducciones en formato fotocopia. El primero está fechado en 1994 mientras que la “copia”, es decir, el otro original en papel, se produjo en 1995, un año después.
A lo largo de la trayectoria Victoria Gil el trabajo colaborativo junto a otros artistas y activistas ha ocupado un lugar central. Formó parte del colectivo Gratis (Victoria Gil, Federico Guzmán, Kirby Gookin y Robin Kahn) con el que desarrolló e impulsó proyectos relacionados con el tema de la obra que se presenta en esta muestra.
Algunos de esos proyectos fueron La isla del copyright, Copiacabana y Copilandia, realizados entre los años 1990 y 2000. Solo por citar una pequeña anécdota, Copilandia fue un barco pirata a orillas del Guadalquivir, en el que se realizaron numerosas acciones artísticas. Concebido como una isla flotante libre de propiedad intelectual, al que se sumaron más de 300 artistas y en el que participaron entre otros, Yoko Ono, enviando por correo una caja con más de mil tampones con el lema “Imagine peace”.
La obra que presenta “Las raíces de Simone Weil (la bandera de la anorexia)”, en la versión óleo y en la hecha con fotocopias, funciona tanto por separado como en un díptico emblemático de la segunda mitad del siglo XX.
Por otra parte, plantea otros enigmas. Por ejemplo, el del título de la pieza de Gil y su alusión al último libro de Simone Weil La necesidad de raíces: preludio hacia una declaración de deberes hacia la humanidad nos invita a hacernos otras preguntas.
Victoria Gil afirma que hay una relación entre las alubias y el racionamiento que se autoimpuso la pensadora francesa a lo largo de su vida, como un ejercicio de empatía con los obreros y su descubrimiento de la condición esclava cuando trabajó en la fábrica de Renault; sin embargo, la materialidad y la fuerza pictórica, así como las palabras que componen el título y las cargas semánticas y simbólicas permanecen al mismo tiempo ocultas en el misterio y en la iluminación de un pensamiento de Weil que la inspira como artista:
Dado que todo el conocimiento de la verdad pasa por la experiencia de la desgracia y el sufrimiento, cualquiera que se acerque al misterio del bien y la belleza, deberá contemplar el no voltear la cara ante el sufrimiento y la desesperación allí donde se encuentren.
María Virginia Jaua